Ni monstruos ni enfermos: El nuevo perfil del asesino organizado
Cuando el crimen nace de la lucidez, no de la locura
Autor: Por Francisco Javier Rivero Sánchez, experto en Investigación Criminal Mexicano.
Afiliación: Experto en Criminología y Psicología Criminal
Fecha: 03 de abril de 2025.
Introducción
Durante décadas, la criminología y la psicología forense han sostenido una imagen casi mitológica del asesino serial: un ente distorsionado, descompuesto mentalmente, con delirios persecutorios o voces internas que lo empujan al crimen. Este perfil ha sido alimentado tanto por el cine como por discursos médicos simplistas, generando la noción de que la violencia extrema es consecuencia directa de un malestar psíquico o de una “enfermedad mental”.
Pero ¿qué pasa cuando el asesino no muestra ningún síntoma clínico de psicosis? ¿Cuando no hay alucinaciones, ni delirios, ni trastornos mentales graves diagnosticables? ¿Y si, en cambio, se trata de individuos completamente adaptados, funcionales, inteligentes… incluso encantadores?
Ese es el caso de Israel Keyes, uno de los criminales más meticulosos, peligrosos y al mismo tiempo menos comprendidos del siglo XXI. Su capacidad de planificación, su control emocional y su frialdad operativa desafían las categorías tradicionales de la criminología clásica y moderna. Keyes no encaja ni en el molde del psicótico ni en el del desorganizado emocional. Él representa algo más complejo: una nueva generación de asesinos lúcidos, funcionales y altamente organizados.
Este artículo plantea una revisión crítica del perfil criminológico tradicional del asesino múltiple. A través de un enfoque multidisciplinario que incluye la psicología criminal, la antropología forense y la criminología moderna, exploraremos la figura del asesino que no está “dañado” en el sentido psiquiátrico clásico, sino profundamente adaptado al entorno… y aún así, capaz de matar con una racionalidad aterradora.
Lo que aquí se propone no es simplemente una redefinición teórica, sino un llamado de atención urgente: el mayor peligro para la sociedad no siempre viene del trastorno, sino del control. Y quizá, la figura más aterradora no sea la del “loco con cuchillo”, sino la del hombre común… que planea, observa, y ejecuta con precisión quirúrgica.
“¿Sabías que uno de los asesinos más organizados de la historia tenía una hija, asistía a la iglesia y jamás levantó sospechas entre sus vecinos? No era un loco… era un planificador meticuloso. Su nombre: Israel Keyes.”
2. Contexto y análisis forense
El asesino funcional y la caída del mito clínico
Durante gran parte del siglo XX, la figura del asesino múltiple fue capturada bajo una misma lente: la del enfermo mental. Se lo describía como un sujeto socialmente desadaptado, con traumas infantiles no resueltos, escasa inteligencia emocional y, frecuentemente, con algún trastorno psiquiátrico grave. Este enfoque, aunque útil en algunos casos clínicos, terminó convirtiéndose en una camisa de fuerza conceptual que invisibilizó una verdad aún más perturbadora: muchos asesinos no están “rotos”, sino perfectamente adaptados al sistema.
La visión medicalizada del mal —esa que patologiza el crimen y busca su raíz en el delirio o la disfunción cognitiva— ha servido para calmar conciencias. Porque aceptar que alguien pueda asesinar con plena conciencia, sin ningún trastorno diagnosticable, y que lo haga simplemente por deseo, placer o cálculo… resulta insoportable para una sociedad que aún necesita pensar al criminal como algo otro, algo anormal, algo que pueda encerrarse, medicarse o redimir.
Sin embargo, la psicología criminal contemporánea, la neurocriminología y la antropología forense han comenzado a desmantelar esta narrativa. Investigaciones actuales han demostrado que muchos asesinos seriales altamente organizados presentan niveles normales —incluso superiores al promedio— en funciones ejecutivas, inteligencia lógico-matemática y habilidades sociales. Estos individuos no actúan bajo impulsos caóticos, sino dentro de una estructura interna que obedece a patrones de control, ritualización y eficiencia.
El caso de Israel Keyes, por ejemplo, es paradigmático. No tenía antecedentes psiquiátricos graves. No hubo abuso infantil extremo que justificara su conducta. No mostraba signos de psicosis o alteración mental en sus evaluaciones. Y, sin embargo, escondía “kits de asesinato” en distintas partes de Estados Unidos, cruzaba estados enteros para evitar establecer patrones de conducta, y escogía a sus víctimas al azar precisamente para evitar ser perfilado.
Estamos, entonces, ante un fenómeno que exige una nueva clasificación: el asesino cognitiva y emocionalmente funcional, con una capacidad de integración social aceptable, y cuya violencia responde a impulsos conscientes, organizados y racionales. En otras palabras, un depredador dentro del rebaño.
Este tipo de criminal no mata por arrebato ni por enfermedad… sino por decisión.
3. Modus operandi y psicopatología
El cálculo perfecto tras el crimen: cuando matar no es delirio, sino decisión
La clasificación clásica de los asesinos múltiples distingue entre dos grandes tipos operativos: el asesino organizado y el desorganizado. Esta dicotomía, introducida por el FBI a finales del siglo XX, postulaba que el primero planificaba sus crímenes, elegía a sus víctimas, controlaba la escena y ocultaba los cuerpos, mientras que el segundo actuaba de manera impulsiva, caótica, dejando rastros y evidencia. Sin embargo, esta tipología, aunque útil como marco inicial, se ha mostrado insuficiente para explicar casos en los que el crimen no solo es planeado, sino que adquiere características de proyecto de vida.
El asesino organizado moderno no solo piensa en cómo matar, sino en cómo no ser atrapado. Estudia patrones policiales, entiende el sistema de justicia penal, investiga técnicas forenses y crea identidades paralelas. Algunos incluso trabajan o han trabajado dentro del sistema: policías, paramédicos, soldados, abogados. Otros son padres de familia, estudiantes, empresarios. No necesitan ocultarse detrás de máscaras monstruosas. Al contrario: su fachada es parte de su estrategia.
Tomemos nuevamente el caso de Israel Keyes, no como excepción, sino como exponente. Durante más de una década, Keyes diseñó su conducta criminal con una racionalidad escalofriante. Enterraba “kits de asesinato” —con armas, herramientas, químicos de limpieza y materiales para ocultar cuerpos— en diferentes estados de EE. UU., años antes de cometer un crimen. Viajaba cientos de kilómetros para evitar que las muertes tuvieran un patrón geográfico. Se aseguraba de no elegir víctimas con vínculos personales. Su motivación no era emocional, ni simbólica, ni derivada de un trauma identificable. Era el acto en sí, el dominio, el control… el crimen como expresión pura de poder.
Esta conducta responde a una estructura psicopática de tipo adaptativo, no delirante. El asesino no sufre por lo que hace. No experimenta culpa. Pero tampoco actúa por impulso. Es el predador perfecto: meticuloso, discreto, paciente. Un tipo de sujeto que se sitúa dentro del espectro de la psicopatía funcional, donde el individuo no presenta delirios, pero sí una afectividad superficial, una carencia de empatía profunda, una frialdad emocional estratégica y un elevado sentido de grandiosidad encubierta.
Este perfil se ha detectado también en asesinos como:
• Rodney Alcala, que jugó al “dating game” televisivo mientras acumulaba víctimas y fotografías perturbadoras sin levantar sospechas.
• Dennis Rader (BTK), quien combinaba su rol como líder de una congregación religiosa con un narcisismo latente y un sádico control de sus víctimas.
• Herbert Mullin, quien, a diferencia de los anteriores, sí presenta un cuadro clínico de esquizofrenia, y cuya conducta caótica, aunque letal, representa el arquetipo antiguo del asesino enfermo. En comparación, los anteriores eligen matar con plena conciencia y preparación.
Este nuevo tipo de asesino ya no puede ser leído únicamente desde la psiquiatría clínica, sino desde un modelo psico-criminológico multidimensional, que incorpore:
• Neurociencia del control inhibitorio y la empatía.
• Antropología del ritual homicida y la teatralidad criminal.
• Psicología del narcisismo integrado y la seducción social.
En otras palabras, ya no matan para huir del dolor… sino para afirmarse como entes superiores. Matan porque pueden. Matan porque saben cómo hacerlo. Y porque disfrutan el proceso, no desde la emoción… sino desde el poder.
4. Errores forenses y fallas del sistema
Mientras buscan locos… los lúcidos se perfeccionan
El sistema judicial y forense, en su afán de clasificar, muchas veces ha confundido tipología con diagnóstico. Esta confusión ha llevado a uno de los errores más peligrosos en la investigación criminal moderna: suponer que el asesino, para ser asesino, debe estar enfermo. Esta suposición no solo es errónea, sino que representa un sesgo estructural que ha permitido que muchos de los asesinos más metódicos y fríos se mantengan operando durante años sin ser detectados.
Uno de los principales errores forenses es aplicar protocolos de análisis psicológico obsoletos, centrados en encontrar signos de trastorno mental evidente: delirio, desorganización conductual, impulsividad desbordada, lenguaje incoherente. Si estos elementos no aparecen, el sujeto es descartado como “no peligroso” o simplemente como “normal”. Esto ha llevado a ignorar alertas tempranas en sujetos con perfil bajo, pero con altísima capacidad de daño, como los psicópatas integrados, cuyo funcionamiento diario puede parecer incluso ejemplar.
Otro problema es la dependencia excesiva de la perfilación criminal clásica, heredada del modelo FBI de los 80, que funcionó en algunos casos paradigmáticos pero falló estrepitosamente en otros. Basta recordar al Asesino del Zodíaco, al Destripador de Yorkshire o al propio Keyes, todos ellos inperfilables desde los moldes antiguos, precisamente porque su comportamiento no seguía patrones emocionales, sino estratégicos.
Además, muchas fiscalías y unidades de análisis del comportamiento operan con recursos limitados y personal sin actualización científica, lo que impide incorporar herramientas modernas como la neurocriminología, la inteligencia artificial forense o los modelos matemáticos de predicción criminal. Mientras tanto, los asesinos organizados se adaptan, aprenden, observan los errores del sistema… y los usan en su favor.
Un ejemplo claro de este desfase institucional es el caso de Dennis Rader (BTK). Por años, las autoridades lo buscaron dentro del perfil “clásico”: varón solitario, socialmente torpe, con traumas visibles. Rader, en cambio, era funcionario municipal, esposo, padre, con estudios universitarios y miembro activo de su iglesia. Cumplía todos los requisitos de la “normalidad”. Pero entre semana, torturaba y mataba. El sistema lo ignoró porque no parecía lo que debía parecer. Y ese error costó vidas.
La pregunta de fondo es incómoda pero urgente:
¿Cuántos asesinos funcionales están operando hoy, sin levantar sospechas, simplemente porque el sistema aún busca locos… y no estrategas?
5. Cierre reflexivo con preguntas abiertas
¿Y si el asesino está más cuerdo que nosotros?
Hay algo profundamente inquietante en mirar a los ojos de un asesino… y no encontrar locura. Ver calma. Ver inteligencia. Ver humanidad.
Ese es el verdadero terror del asesino organizado: no es una sombra deformada, un grito en la noche ni una mente rota. Es un ser lúcido, racional, adaptado… capaz de vivir entre nosotros sin levantar sospechas. Capaz de sostener una conversación trivial mientras planifica un homicidio. Capaz de ser padre, amigo, vecino… y depredador.
Este perfil exige una revolución en la criminología. Ya no basta con buscar al “descompuesto”, al “dañado”, al “inadaptado”. Hoy, debemos mirar al asesino como un actor estratégico, no como un síntoma. Como alguien que entiende el sistema, lo estudia, lo manipula… y lo evade con frialdad quirúrgica.
En este contexto, dejamos al lector —y al investigador— con preguntas que, más que incómodas, son necesarias:
• ¿Estamos preparados para aceptar que no todo asesino es un enfermo?
• ¿Qué pasa cuando el criminal tiene más control emocional que la víctima?
• ¿Cómo debe adaptarse el sistema forense y judicial para detectar a quienes no presentan señales evidentes?
• ¿Y si el asesino moderno no está escondido, sino perfectamente camuflado entre los funcionales?
• ¿Qué dice de nuestra sociedad el hecho de que algunos de sus miembros más exitosos puedan ser, al mismo tiempo, los más letales?
Reformular el perfil criminológico no es un ejercicio académico: es una urgencia ética, judicial y científica. Porque si seguimos buscando monstruos… nunca atraparemos a los humanos que eligen matar con frialdad. Y eso, en el fondo, es lo más inhumano de todo.
Referencias bibliográficas
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